El Circo Smiljan Radic



“Una imagen.

Cada año, de Septiembre a febrero, los circos familiares rondan secano costero chileno: la madre es la mujer barbuda, el perro casero con su manta roja y sucia da un par de saltos agónicos, la hija adolescente traga fuego, el padre se encarga de la caja y dirige la ceremonia, el hijo es el payaso y junto a un par de artistas invitados -amigos de la familia-, la función recorre cada pueblo que encuentra a su paso cada tres o cuatro días. En 2003 cerca del pueblo El Dibujo asistimos a una función de un circo familiar de un tamaño extremadamente generoso. Por lo normal, el toldo cocido con tela agrícola se desarrolla alrededor de un mástil central con una falda perimetral que lo ancla al suelo; el proceso de montaje dura siete horas. Por el contrario, para lograr un mayor diámetro, este circo contaba con una corona adicional de postes de madera entre las gradas del público y el escenario. Como hacía siempre, la familia se había instalado en el campo de fútbol del pueblo un día soleado en el que nada se movía. Sólo de vez en cuando, una ráfaga de viento levantaba un pequeño remolino de polvo, aire errante que se conoce popularmente como “alma”, almas que pasan sin más. Mientras esperábamos que empezara la función, sentados en las gradas construidas con tablones, uno de esos molinos errantes, levantó las faldas de la carpa y, silenciosamente, infló todo el lugar. Poco a poco los postes de madera -que hasta entonces -estaban simplemente apoyados en la tierra y amarrados en su extremo superior al toldo - comenzaron a bailar ante nuestros ojos. Uno a uno se elevaron suspendidos a más de un metro sobre el suelo, para luego caer lentamente en su lugar una vez que el alma abandonara el interior del circo.

Cada vez que recuerdo este respiro aparece inevitablemente la imagen de las nieblas descritas por Aldo Rossi al entrar por las grandes puertas de Sant’ Andrea de Mantua.”